domingo, 7 de marzo de 2010

¿Por qué los alimentos de “bajo contenido en grasas” causan obesidad?




Cuando existe algo tan masivo que llega a poner los pelos de punta, algo como la epidemia de obesidad que ataca actualmente a gran parte de la población, es difícil señalar y culpar a un sólo causante. Sin embargo se sabe que, curiosamente, el movimiento creado tiempo atrás de alimentos “bajos en grasas”, ha tenido gran parte de culpa de la epidemia.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el porcentaje de enfermedades cardiacas comenzó a incrementarse exponencialmente. En los años 70 un comité liderado por el Senador George McGovern dio a conocer un informe en el que se aconsejaba a los americanos que para bajar el riesgo de enfermedades cardiacas tenían que comer menos grasas.
En España aún se recuerda cuando nuestros médicos nos recomendaban no consumir aceite de oliva porque era malo para la salud, al ser el aceite una grasa.
Esta recomendación se basó en la evidencia que conectó la dieta y las enfermedades cardiacas.
Desafortunada e injustamente, el informe no individualizó en las grasas saturadas como las “malas de la película”, si no que generalizó diciendo que todas las grasas eran malas. Y éste fue el principio del movimiento “bajo en grasas”… y de la epidemia de la obesidad, resultando en especial interesante lo que ocurrió a continuación.
Al mismo tiempo que todo esto pasaba, los americanos comenzaron a comer más y más. ¿Casualidad? En realidad no, pero vayamos poquito a poco y más tarde contaremos por qué no fue una coincidencia.
Una vez que la grasa fue “identificada” como el principal culpable de las enfermedades cardiacas – un enorme caso de error en la identificación del culpable real – las empresas alimenticias entraron en acción. La carrera por vender alimentos “bajos en grasas” comenzó y con ello, la producción de alimentos bajos en grasa o sin grasa, llevando al mercado nuevos productos.
Esto hizo que la producción de alimentos diese un brusco giro, creando alimentos “que parecieran comida”. Se inventaron alimentos comestibles, fabricados y procesados con sustancias parecidas a los verdaderos alimentos, dando como resultado a idiotas experimentos que culminaron en productos como la margarina o el sirope de maíz (que tiene alto contenido en fructosa) y los aceites hidrogenados, para remplazar a las grasas saturadas.
Así es como llegó hasta nosotros la tempestad alimenticia de nuestros días, con sus miles de alimentos en sus miles de paquetes distintos pero con similares contenidos.
¿Habéis probado alguna vez uno de esos productos sin “grasas” ni azucares ni nada? Obvio resultará entonces si comentamos que si tenemos una empresa alimenticia y quitamos la grasa de los alimentos, necesitaremos forzosamente reemplazarlos por algo… si pretendemos que alguien le hinque el diente y conserve las ganas de volver a hacerlo.
Descubrieron entonces que para que la nueva comida artificial tuviera un buen sabor, no tenían que hacer nada más que añadirle azúcar. Por eso, hoy en día, nuestros mercados acumulan en sus estanterías un montón de productos bajos en grasas pero con mucho azúcar u otros tipos de edulcorantes como el sirope de maíz, que es mucho más barato y fácil de obtener que el azúcar. Tan fácil es, de hecho, que el sirope de maíz, alto en fructosa, empezó a aparecer en cientos o mejor dicho en miles de productos. Lo puedes comprobar leyendo los ingredientes de los productos. Suele venir como sirope de maíz o en inglés corn syrup, a menudo junto con otros edulcorantes.
Y aquí llegamos a lo que comentábamos al principio. Al mismo tiempo que esto ocurrió, se observó que la población americana empezaba a comer más y más. ¡E insistimos en que no es una coincidencia!
Si abres un paquete de azúcar y te dicen que lo comas quizás seas capaz de comer una cucharilla pero no más. Lo mismo ocurre con la mantequilla. Pero ¿y si los pones juntos, azúcar y mantequilla y haces un bocadillo con ello? Algo mágico ocurre porque está riquísimo. Combina azúcar y grasa y a cualquier persona de este mundo le gustará el sabor, porque todos los botones de nuestra evolución son pulsados. Y los fabricantes de alimentos lo saben. El ansia y los antojos por la comida son activados, la química del cerebro se dispara y literalmente podemos comer estas cosas hasta estallar.
Y lo hacemos.
El movimiento por los alimentos “bajos en grasa” coincidió con un enorme cambio en el proceso de creación de comida y los que producen y fabrican estos alimentos sólo viven con una finalidad: hacer que la gente coma más su productos y lo compren más (¡su prolífera economía depende de ello!). Así de fácil – crear combinaciones de azúcar con un poco de grasa, funciona realmente bien con la filosofía de los alimentos “bajos en grasa” y el sabor es maravilloso. Como no tienen mucha grasa los puedes comer, ¿verdad?.
Mientras tanto, la grasa uno de los macronutrientes que hace que te sacies y dejes de comer falta de la mayoría de alimentos que comes. Y comes más azúcar, el alimento que hace que incremente la ansiedad y los antojos por la comida, que ha hecho aumentar el tamaño de los platos. Nacen en los Estados Unidos entonces las comidas supergrandes para cubrir esa ansiedad por comer, trasladándose después al resto de países occidentales.
Las comidas “bajas en grasas” tienen mucho que ver pero no es la única razón del momento que vivimos, en que estamos más enfermos que antes, pero seguramente es uno de los mayores factores que lo han causado.

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